Visiones de Santa Cruz, año 2110 . Urbe Futura


Dentro de algunas décadas, los mercados dejarán de reunir a las masas y lo harán las estaciones. SURGIRÁ UNA NUEVA CULTURA Y LA CIUDAD ENCONTRARÁ SU VOCACIÓN COMO URBE . Santa Cruz se perfila como el punto más importante del centro de Sudamérica. Será un centro de educación superior

Texto: Javier Méndez Vedia / fotos: Archivo

El joven de 16 años despierta, toma su bicicleta y sube por el ascensor desde el nivel diez. Vive en un edificio de la zona de Polanco, el quinto que fue construido ganándole espacio al subsuelo. El primero fue un experimento de sólo cuatro pisos en el centro histórico, que finalmente ha sido valorado y conservado.


El muchacho pedalea hasta la autopista Santos Dumont (según la imagina Óscar Barbery), que lo lleva hasta el balneario público de las Lomas de Arena. Ahí pasará el fin de semana con su novia. En la Santa Cruz de 2110, es frecuente que en muchas familias de clase media la corteja o el cortejo se queden a pasar la noche, con la anuencia de los padres. Por eso, un fin de semana solos no es algo que sea motivo para rasgarse las vestiduras. Además, el municipio finalmente ha entendido que no basta con invertir en infraestructura y ha creado programas de capacitación y bolsas de trabajo en el área de tecnología, lo que le permite al muchacho ahorrar para darse gustitos. 
La historia familiar de su novia es interesante. Ha crecido en un hogar de padres del mismo sexo, en el barrio conocido como Elegé. En 2060 la población gay adquirió terrenos y, pese a la oposición de un sector que consideraba la construcción como una muestra de ‘autosegregación’, las obras fueron concluidas.


Es un salto grande, si se recuerda que en 1961 prácticamente no había agua potable y la energía se cortaba a las diez de la noche. Era la peor de las cinco principales capitales bolivianas, según el arquitecto Víctor Hugo Limpias, decano de la Facultad de Arquitectura de la UPSA. Junto a él, imaginan la ciudad del futuro César Morón (el hombre de teatro, cineasta y también arquitecto), Fernando Prado (urbanista), Ejti Stih (artista plástica), Javier Mendivil (ingeniero vial)  y José Mirtenbaum (sociólogo). 
Las nuevas ‘centralidades’ de la ciudad han cambiado. Ya no son los mercados los que aglutinan a la muchedumbre. Ahora, las que originan centros de oportunidad son las estaciones. Alrededor de ellas hay tiendas de electrónica, quioscos, salas de masaje, casinos y hasta prostíbulos. Están de moda los que ofrecen servicios sexuales de robots.


Los cambistas tienen cubículos a los que se ingresa con una clave biométrica, que es la huella digital. El dólar ha pasado a la historia y se cambia la moneda única subregional, el Bolívar, por yuanes. La escena se parece a la estación que Ridley Scott muestra en la película Blade Runner: abigarrada, con rostros de diferentes orígenes y estilos de vestimenta en los que aparece tanto el plástico transparente como las pieles de imitación. Esa imagen, por ejemplo, corresponde a la gran estación del Plan 3.000, que es el exponente de una de las nuevas centralidades, que tienen una vocación urbana, una organización y hasta una estética diferente a otras, como Pampa de la Isla o Nudo Santos Dumont.


Algunos edificios se han construido con la visión de complejo, pero otros tuvieron que ser unidos. Hay puentes, pasarelas y helipuertos. Existe una red de conexión subterránea que se conecta con las diferentes cotas (o niveles). Además de la cota 0, que es la superficie, hay cotas -1, -2, -3, que son los niveles que están por debajo. Aún persiste el debate entre los urbanistas, cuya crítica principal consiste en haber priorizado las grandes obras en lugar de pequeños modelos integrales, como las unidades vecinales. No es raro trabajar en Cochabamba, Tarija o La Paz y volver a Santa Cruz, gracias a los convenios que han realizado con las empresas las nuevas aerolíneas de bajo costo y los pases múltiples de tren. En cualquier momento del día puede haber hasta 800.000 personas en las grandes estaciones cruceñas. No es de extrañarse, porque en La Guardia viven casi 10 millones de personas y otro tanto en Warnes y Montero.

OTRO SOL
Se siguen haciendo muchos esfuerzos por mantener las zonas verdes, pero el cemento ha avanzado tanto que la temperatura es ya dos grados más elevada en los 40 kilómetros que encierra el séptimo anillo. El sereno, esa humedad que cae en las primeras horas de la madrugada, ha desaparecido hace tiempo del centro y sólo se ve fuera del sexto anillo. El sol ya no es el mismo, se quejan los vecinos y tienen razón. Hace mucho que la gente se aplica, rutinariamente, bloqueadores solares, que han desplazado de las ventas a los desinfectantes de manos (la vacuna contra varias clases de gripe, incluso la aviar, de la que hubo un par de casos, es barata). El ‘boom’ de la moda ecológica ha pasado, pero quedan los materiales. Los jóvenes consideran ‘chichán’ el uso de prendas que bloquean los nocivos rayos ultravioleta. El tejido de soya es uno de los más apreciados, al punto que se ha convertido en una industria apreciada por la Unión de Naciones Suramericanas, que ha diluido las fronteras entre la mayoría de los países de la subregión.


A propósito, ‘chichán’ viene de una palabra china que significa ‘moda’. Varios términos asiáticos se han filtrado en el lenguaje de los jóvenes. Por supuesto, se sigue usando el inglés. Resulta simbólico que el edificio del más que centenario CBA compita con la Academia de Lenguas Asiáticas, que ha construido un gigantesco complejo de enseñanza y una imprenta. En una política de expansión cultural, China ha comenzado a subvencionar la traducción de libros que se imprimen no sólo en su territorio, sino también la producción de varios autores locales.


Todos quieren aprender chino, pese a que el asiático –y el emigrante de la India- son vistos como amenazas. Ha quedado en la historia el enfrentamiento entre cambas y collas, tan apagado como la antigua división entre guaraníes y chanés en la etapa precolombina. La presencia de los asiáticos ha consolidado, de alguna manera, la unión de los bolivianos. 
Todas esas academias de idiomas –la de lenguas nativas incluida- se han ubicado en la zona de la Villa Primero de Mayo. Son verdaderos complejos educativos, conectados con el gran centro cívico administrativo del otrora aeropuerto El Trompillo, con los trenes y buses de alta velocidad del tercer y cuarto anillo.

 

En ese mismo espacio se ha construido el museo de etnografía y folclore, que alberga las espectaculares muestras de arte precolombinas encontradas durante las extensas excavaciones para ampliar el subsuelo citadino. Especial cuidado se ha puesto en los misteriosos fragmentos de arcilla que contienen símbolos que han enloquecido a los investigadores. Se trata de una escritura ancestral, que obligará a replantear la forma en la que fueron consideradas las culturas de tierras bajas. También en el antiguo Trompillo están la pinacoteca sudamericana, que trabaja en estrecha colaboración con los talleres de arte de la histórica Manzana Uno. Esa pinacoteca fue la protagonista de la primera gran bienal de arte que se organizó en 2090. Participaron 1.500 artistas de todo el mundo y de diferentes culturas (ya no está de moda hablar de países, por la dilución de las fronteras).


Con esos grandes eventos, la ciudad parece haber encontrado una vocación. Es el principal centro educativo del centro del continente y ha invertido inteligentemente en lo que los urbanistas llaman ‘infraestructura para el encuentro’: espacio para foros y centros de convención, cinematecas y hasta salones de baile. La ciudad ha sabido aprovechar la ventaja que tiene sobre el norte argentino, la región de Mato Grosso (Brasil) y la Amazonia peruana. Una de sus ventajas es la visión positiva hacia los vecinos, que los demás no tienen. Pese a su crecimiento, en Mato Grosso se sigue mirando hacia San Pablo y Salta, Tucumán y Asunción se quedaron, ya desde 2005, detrás de Santa Cruz de la Sierra. Los estudiantes del norte argentino prefieren Santa Cruz que a Buenos Aires, que no ha podido superar su histórica ‘mirada hacia el ombligo’, que ignoraba a su gente de provincia. Puesto que los títulos universitarios están ya reconocidos y homologados, la ciudad es el centro universitario más importante de Sudamérica.


El cruceño se consideró siempre un empresario ‘natural’, así que se ha convertido en articulador de grandes negocios. Las vías bioceánicas no se han visto sólo como puntos de paso, sino también de intercambio y distribución. La intención no es competir con Lima, Caracas, Santiago o San Pablo, cuyas poblaciones sobrepasan los 25 millones de habitantes. Esas ciudades tienen sus propias áreas de influencia, que no pueden competir con los precios que ofrece Santa Cruz. El turismo se ha desarrollado y a los ya centenarios festivales de cine y música barroca se ha añadido uno de música etnoelectrónica, organizado por la Universidad de las Culturas, que ha cumplido recientemente sus bodas de plata.


Uno de los esfuerzos que hizo la ciudad hacia 2050 fue desviar la marcha hacia la segregación que la falta de seguridad ciudadana provocó desde 2010. Se estaba consolidando una especie de ciudad archipiélago, en la que vivían personas con todos los servicios, aisladas del resto. Estos barrios cerrados empezaban ya a enlazarse unos con otros, gracias a los pasos a desnivel, mientras el resto de los barrios, deteriorados y abandonados, se estaban convirtiendo en zonas rojas. En algunos lugares ni siquiera en vehículos se animaba a entrar la gente. “¡No es posible –se escuchaban las quejas de los mayores- que ya no se pueda pasear por donde uno quiera!”. Fue complicado recuperar la ciudad, que amenazaba con convertirse en dos: una pudiente, con gente rica, y otra en la que el fenómeno de los hombres-topo de los canales de drenaje adquiría la dimensión de barrios enteros.


El programa municipal de popularización de la tecnología fue el paso que siguió a ese esfuerzo. El ciudadano tenía que aprender a usar y a disfrutar de la tecnología que se aplicó en todas las calles. Se reemplazaron los semáforos inteligentes, que conectaban con los chips de los vehículos, desacelerándolos automáticamente durante la luz amarilla y deteniéndolos por completo con la luz roja. Por supuesto, ésa fue la época en la que el sistema privado de transporte quebró y empezó la febril construcción de los trenes y los buses con línea exclusiva, con apoyo de la tecnología brasileña.


Completada esa fiebre, destinada más al vehículo que al peatón, los planificadores por fin lograron hacer entender a los ediles que la ciudad con puentes cuatrillizos y quintillizos destinados al coche particular no tiene futuro. La urbe sólo sería viable con un gran sistema de transporte público, como el que disfruta el hipotético joven de las líneas iniciales de este reportaje. Gracias a esa visión fueron salvadas de las ansias pavimentadoras parte de las orillas del Piraí. Un detalle importante: la migración del interior ha cesado, gracias a los proyectos de irrigación que permitieron recuperar las tierras áridas y bajar la presión sobre los bosques.


Sin embargo, hay un movimiento curioso. Se trata de un grupo que rechaza el uso de la tecnología y propone una vuelta a los valores tradicionales, es decir, al uso de la PC e Internet. Para este grupo, en el que no faltan jóvenes, es una ofensa ver a la gente conectada -literalmente- a las computadoras integradas al cuerpo. 


El gas se ha terminado en 2075, así que el litio se ha convertido en la clave para mover los automóviles eléctricos. Pero es caro usar un vehículo privado, especialmente en la superficie. La tasa por kilómetro recorrido es más baja en los niveles inferiores, donde el paisaje no es atractivo; en cambio, si se toma una bicicleta, por cada cien metros recorridos se acumulan puntos que luego pueden ser canjeados por tickets que permiten ingresar gratuitamente a conciertos, descargar música u obtener descuentos en las clases de chino. 
Por supuesto, no faltan los problemas. Como dice el escritor Gustavo Cárdenas, la pobreza siempre estará presente, habrá “manos con dedos delgados como agujas que tiemblan como si sufrieran de Parkinson cada vez que la luz del semáforo se pone roja de vergüenza”. 
El problema del agua es crítico y como no es práctico racionarla, así que simplemente se ha subido el precio. Hay ‘aseaderos’ que desinfectan el cuerpo y la ropa, que no se han popularizado aún, pero prometen ser un buen paliativo. 
En resumen, con una ciudad integrada y más o menos con los mismos problemas actuales, la Santa Cruz de la Sierra de 2110 es un buen lugar para vivir, pese a sus 16 millones de habitantes. Eso, si es que no se produce, hasta entonces, el comienzo de una era glacial como vaticinaron científicos serios que fueron ignorados.