La sustentabilidad es una frase hecha
Glenn Murcutt: "La sustentabilidad es una frase hecha"
El arquitecto australiano, ganador del Premio Pritzker en 2002, afirma que abunda la falsa ecoarquitectura, y que para diseñar hay que entender los ciclos de la naturaleza de cada región
Miércoles 20 de agosto de 2008
Arthur & Ivonne Boyd Education Centre, Riversdale (en colaboración con Wendy Lewin y Reg Lark, 1974-1975)
Sabe cómo enseñar a mirar el mundo de otra manera y es, a su vez, un aprendiz metódico de la naturaleza; respetuoso innato del entorno que lo rodea. Glenn Murcutt, reconocido como el gran arquitecto australiano, trabaja solo en su estudio sin que nada lo interrumpa y se reconoce a sí mismo como un fanático de la arquitectura. Ganador del Pritzker 2002, valora sus premios como meros reconocimientos y, en su paso por Buenos Aires, dice que no les da importancia ya que a la hora de ejecutar su obra, ésta debe adaptarse exclusivamente al entorno natural y plasmarse en el modo en que él cree que es el correcto.
-¿Cómo comienza su contacto con esta arquitectura tan conectada con el entorno y la naturaleza?
-Todo es naturaleza, nosotros lo somos y sería disparatado construir de una forma ajena a nosotros. Cuando era niño, tendría unos 12 años, vivía en casa un tío que había volado durante la I Guerra Mundial. Yo estaba fascinado por saber cómo era posible que un avión pudiera mantenerse suspendido en el aire mientras volaba. Así, él comenzó a enseñarme, y yo me dispuse a observar y aprender, cómo choca el aire en el ala de un avión o de un pájaro, cómo la atraviesa por arriba y por abajo, y cómo se producen las presiones de las que habla el principio de sustentación. Además, en mi casa había siete pianos; siempre fui un enamorado de la música y las matemáticas, y a los 20 años ya era concertista. Así descubrí que en la vida también todo es matemático, que la música es matemática.
-¿Cómo aplica en sus obras estos principios tan valiosos que fue adquiriendo de niño y lo aprendido durante su juventud?
-Surgen solos y solos vienen a mi cabeza, no tengo que pensar, ya están allí. El medio ambiente y la obra son para mí como una sinfonía en la que todo debe sonar perfecto. Mi obra nace de mí al concebirme, primero como hombre, como parte esencial de la naturaleza y del impacto que vamos a provocar uno en el otro. Así logro que en una casa de campo, por ejemplo, el viento penetre a 5 kilómetros por hora, la recorra, saque por las diferencias de presión el aire caliente y refresque todas las habitaciones impregnándolas con el aroma de las flores del lugar.
-¿Cómo influyeron los diferentes movimientos arquitectónicos ligados con la naturaleza?
-Cuando era joven, antes de comenzar arquitectura, mi padre me mostraba imágenes de las obras de Mies Van der Rohe, de Frank Lloyd Whrigt, entre muchos otros. Esto forma parte del crecimiento de uno y lo importante de las influencias es que tienen que ver con la conciencia; con el tiempo que uno ha pasado pensando, incorporando los principios y las relaciones con el paisaje, con la naturaleza y realizando sus propias ideas. Si uno hace algo que realmente le gusta es porque eso está dentro de uno. Es muy diferente de hacer copias esclavizantes; es entender los principios y ser capaz, al ver algo, de exclamar "lo entiendo", en lugar de "me gusta". Estas son las verdaderas influencias.
-¿Hasta qué punto va fusionándose la naturaleza con su obra?
-La naturaleza es una cosa y la edificación es otra. Ambas deben dialogar, articularse, pero nunca fusionarse ya que la fusión es artificial. Se debe respetar y adaptar el entorno en función del hombre y sus necesidades, y así los edificios no pierden su personalidad, como muchos creen, sino que la ganan en el paisaje, el entorno, ya que cada elemento resalta su propio carácter. En un clima haré una casa con techos a dos aguas; en otro, con techos voladizos curvos; no hay límites en las formas. Es la cultura del lugar, la latitud, la longitud, la topografía, el giro del sol, el viento y el régimen anual de lluvias, entre otras cosas, los que determinarán qué diseño tendrá cada obra.
-¿Cómo ve hoy los postulados de la ecoarquitectura y de la arquitectura sustentable?
-La sustentabilidad se ha transformado en una frase hecha. Todo el mundo habla de la arquitectura sostenible y a la mayoría no le importa dónde está el sol y menos de dónde viene el viento. ¿Cómo pueden hablar de eco arquitectura si no saben en qué latitud y altitud van a trabajar? Si uno no entiende esto, no entiende cómo construir según las verdaderas técnicas ecológicas. Pero lo más importante es que realmente debe ser arquitectura bella, ya que puedes hacer todo lo que te dije que hace falta y producir muy mala arquitectura. La mayoría de la arquitectura llamada ecológica es horrible, y esto ocurre porque no está integrada verdaderamente la ecología al pensamiento del que construye, y de ecoarquitectura solamente lleva el nombre. En 1974 reformamos con mi esposa nuestra casa de Sydney, que es del período de la Federación (1902-1915), un período conceptualmente parecido al victoriano en Gran Bretaña, pero posterior cronológicamente. En esa reforma reutilicé todos los ladrillos y el mortero existentes, y en los cambios que hice, sólo por dentro, no hubo ningún tipo de desperdicio. En esto debería basarse la sostenibilidad: el modo en que uno juntó las cosas nos va a decir, luego, si podrá recuperarlas y reutilizarlas de un modo económico. No es posible hablar de sostenibilidad si hay que hacer otro proceso industrial enorme y costoso, sino que debe ser tan simple como aflojar un tornillo.
-¿Cómo hace para aplicar todos estos conceptos en las ciudades, o en lugares alejados de la flora y la fauna?
-En Sydney, por ejemplo, lo más importante es orientar exactamente al Nordeste, de donde viene el aire más limpio, puro y fresco del verano, y aplicar los principios que uso desde hace 30 años y que hoy son tomados como medioambientales para las zonas urbanas. Buenos Aires está a una latitud similar, un grado más al Norte, cerca de un gran río y se trabajan los mismos principios. Sin embargo, hay un punto esencial y es que se debe entender y respetar la cultura de cada pueblo. Como me enseñó el gran arquitecto catalán José Coderch, la cultura son cientos de capas de años que se encuentran detrás de uno, y este concepto me sirvió para entender mi propia cultura. Así que nunca puedo decir cómo debe diseñar un arquitecto australiano o argentino en su tierra ya que debo interesarme en qué puedo lograr yo con la arquitectura en la cultura, tecnología y medio ambiente que encuentro; cómo es esa topografía, esa geomorfología y geología, cómo es el cuadro de mareas, el movimiento del agua, entre tantas cosas.
-Con todo respeto, el modo en que hace su trabajo y las variables que tiene en cuenta me recuerdan mucho al modo en que trabajaban los maestros del siglo XIII, cuando levantaban las grandes iglesias cistercienses
-Es un poco así, aunque yo estoy alejado de la religión. Sólo puedo decir que soy un pequeño arquitecto que trabaja solo y de una forma muy sencilla, sin fax, ni celular, ni correo electrónico, y tratando de hacer mías las palabras de Henry David Thoreau: "Las cosas que hacemos, mayormente ordinarias en la vida común, debemos hacerlas extraordinariamente bien y que puedas andar por la vida sin que nadie sepas quién eres". Ahí reside un secreto: trabajar en forma silenciosa y tranquila, y después, quizá conseguir una buena sorpresa. Nadie en Australia sabe qué hago ni conoce mis obras; entonces, de este modo, tampoco me proyecto a mí mismo, sólo cuando llega el momento. Hoy en el mundo hay mucha talkitecture . Mejor, no hables de sustentabilidad... ¡sólo hazlo!
Por Gonzalo Graña Velasco
Para LA NACION
Fotos: gentileza Glenn Murcutt, Anthony Browell
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